LA REVOLUCIÓN OBSOLETA.
Por Alberto Martín Cajal
Antes de comenzar, pongámonos en situación: 1812, España se encuentra sumida en una guerra contra el “invasor” francés, y trata por todos los medios (guerrillas y poco más) de expulsar a “los enemigos de la patria”. Si bien nuestra acometida termino en buen puerto (a pesar de que estuvimos casi 6 años en penuria), hubo un elemento de vital importancia, que nació en medio de este caos: nuestra primera constitución, que pasará a llamarse ya para la historia como “la Pepa”.
No podemos dejarla de lado, y mirarla únicamente como la primeriza, la innovadora, la “novata” de todas sus posteriores hermanas. Si bien esta constitución abrió el grifo de lo “democrático”, a pesar de que es un término demasiado prematuro, su auténtico logro fue otro: prender la mecha de la revolución. Me explico: 1812 nos dio un método eficaz de resolver problemas de magnitud nacional, una panacea realmente eficaz contra la crisis que estaba atravesando nuestro país. El texto aprobado en Cádiz vino a poner orden y a repartir esperanza (y puede que un poco de euforia) a todo individuo que se preciara de ser buen patriota: sectores de la nobleza, gran parte del clero, ilustrados y liberales. Dicho de otro modo, “la Pepa” vino a corroborar el dicho popular “Unidos Venceremos”.
Si observamos en que condiciones habíamos vivido hasta ahora (Antiguo Régimen), que se diera una situación de camadería, de auténtica colaboración entre todos los grupos sociales existentes en España, fue un auténtico milagro. Por primera vez, desde hacia siglos, sectores tan opuestos como el campesinado y la nobleza, aunaron fuerzas (aunque solo fuese por unos momentos) y pelearon espalda contra espalda. Lo que realmente quiero dar a entender, es que la revolución nos abrió una nueva y poderosa vía de avance y progreso.
Si avanzamos en el tiempo, esta situación se va a repetir constantemente: desde la constitución progresista de 1837, a la “gloriosa” e infinitamente esperada del 69, hasta la maltrecha de 1931. Si no incluyo a la que actualmente nos cobija, es porque me quiero centrar en ella de manera más profunda. Todas las constituciones anteriores, hasta el respetable número de 7, surgieron en las mismas condiciones. Incluso se podría fabricar una ecuación que las representara:
España+ Crisis= Revolución.
Revolución+ Constitución nueva= Solución.
Sin embargo, hay algo que es más obvio que las condiciones en las que nacen los textos constitucionales: la utilidad de las mismas, su ciclo de vida, su duración útil, hablando con términos científicos. Todas, absolutamente todas ellas, se promulgaron en el momento adecuado, y con una estructura 100% ajustada a la situación. Es fácil: se promulgaron, cumplieron su cometido, y desaparecieron. Las constituciones evolucionaron a la par que los problemas, una tendencia que, al menos en nuestro caso, se convirtió en un bucle infinito.
Aquí es cuando comienza el auténtico punto de debate: año 2010; la constitución promulgada en diciembre del 78, texto vástago de la Transición Política, cumple con su deber: elimina la decadente y mugrienta arquitectura edificada en el franquismo, y nos introduce poco a poco en el teatro de lo internacional, nos abre un hueco en el mundo exterior, y nos sirve en bandeja esa bebida espirituosa tan preciada que es la “libertad”.
Durante treinta y dos años completos ha ocupado su sitio. Huelga decir que ha trabajado de manera espléndida. Bien: permítanme recordarles, que a los humanos les llega tarde o temprano la jubilación. Muchos dirán que esta es “el merecido descanso del proletario por toda una vida de trabajo”, pero seamos sinceros: la jubilación es la forma “ortodoxa” de sacarte de la cola de producción (un hombre anciano no se mueve como un muchacho de 20 años). Puede parecer duro, pero si lo piensas, es la única manera de mantener con vida un sistema, de mantenerlo competitivo y en movimiento.
Hagamos entonces una comparación constructiva: cuando una persona se jubila, es porque ya ha terminado con su cupo, y también porque ya no puede “cargar sobre sus hombros” una responsabilidad “x”. La responsabilidad de la constitución es mantener a España “en movimiento”, sujetarla a la posición más alta posible, aferrarla al liderazgo adecuado y a un estado de bienestar suficiente que permita tener la certeza de que todos los días encontraremos una cama y un plato de comida en la mesa.
¿Qué tenemos hoy día? Una crisis de proporciones bíblicas: paro en cotas inimaginables, corrupciones políticas en casi toda región, delincuencia, inmigración incontrolada, problemas ambientales, terrorismo. Lo que se podría llamar un “cataclismo social”.
Si el orden de los factores no altera el producto, la causa es fácilmente reconocible: al igual que una persona llega a su final, la constitución de 1978 se encuentra en su otoño, en sus compases finales, en el desenlace de su actuación; la revolución que iniciara años atrás se ha oxidado hasta quedar obsoleta, arribando a una encrucijada en la que la única posibilidad es adaptarse, o desaparecer.
Convengámoslo señores, convengamos de una vez por todas en que su tiempo se ha acabado. Su momento de gloria pasó, y no queda otro camino fuera del estricto cambio. Necesitamos renovar la constitución, necesitamos reconstruirla desde cero. Necesitamos reformas, pero reformas poderosas, revolucionarias, “agresivas” incluso, que mejoren lo que ya de por si tiene buen nivel, que elimine lo que no encaje, y que nos haga evolucionar hacia una nueva organización. Todo tema antes tabú, debe pasar a ser manoseado impunemente en pos del progreso. Si hay que borrar un artículo, borrémoslo; Si hay que eliminar un apartado entero, hagámoslo y redactémoslo desde el principio. Si es necesario tirar a la basura toda la obra hecha en 1978, despidámosla como es debido, apretémonos bien el cinturón, y lancemos al pueblo la constitución del nuevo siglo.
Pero ojo, no todo se centra en recortar una ley aquí e implantar una modificación allá. Cualquier proceso que tenga como máxima solucionar una crisis en su apoteosis, es absolutamente inútil si no se pone en marcha inmediatamente. Tan importante es aquí el tiempo empleado, como la propia reforma en si. Contra más estiremos el periodo de vida de la constitución, peores resultados obtendremos, algo así como intentar hacer limonada con un limón seco y ya exprimido.
El mayor error que hemos cometido no deja de ser ese: utilizar más de lo debido una determinada herramienta, forzarla fuera de lo que podríamos llamar su “periodo de garantía”, algo que por lo común no suele dar resultado. La historia nos da varios ejemplos de ello, y el propio Arias Navarro lo experimento en sus carnes, al tratar de lanzar la famosa pomada tranquilizadora de masas “Atada y bien atada”, a pesar de que el producto activo llevaba muerto muchísimo tiempo ya.
No estamos ante una situación normal. Esto no se va a repetir en varios años (y si me equivoco, que Dios, Buda y el panteón griego al completo nos amparen), no es algo que admita una segunda oportunidad. Debemos hacerlo bien, a la primera, y debemos hacerlo ahora.
Por lo menos, esa es mi opinión, y me pregunto si no será la misma que millones de españoles. ¿Por qué aguantar el monstruo bicéfalo que tenemos implantado en nuestro sistema político? ¿Por qué permitir que instituciones desangren al estado “en nombre de Dios”? ¿Por qué tener miedo a los delincuentes, cuando debería suceder justamente al contrario? Preguntas sobre preguntas, que nunca llegarán a responderse hasta que no se produzca otra “gloriosa”, pues estén seguros amigos míos, de que nadie bajara del cielo con una nueva constitución bajo el brazo. La solución está al alcance de nuestra mano, y solo hace falta que alguien comience el estímulo.
Ah, y si quieren conocer mi opinión (y espero no ofender), mi primer cambio sería eliminar la monarquía, e implantar un sistema semejante al francés o al estadounidense. Dejemos ya de montar películas al estilo “Bienvenido Mr.Marshall” o “El turismo es un gran invento”, y abramos los ojos por una vez al mundo exterior, que según me lo parece a mí, ya va siendo hora.
En Móstoles, a 28 de Septiembre de 2010.